Me quiero libre y me quiero contigo.

Las semanas se tornaban eternas mientras los días eran infinitos. Hay rachas en las que te ves arriba y rachas que sólo esperas no seguir bajando. Días de reflexión, en los que valoras la confianza puesta en la gente, las puñaladas dadas, las recibidas. Horas largas en las que sólo buscas terminar la jornada habiendo esquivado todas las balas; ni siquiera Dickens escribió una historia más trágica que la pérdida de la emoción de levantarte y explorar que te espera en ese nuevo y único regalo que es vivir. Anhelo mi metamorfósis, rezando porque Kafka no acabe contando mis delirios sociales o mi existencia acabe como la de los autores del romanticismo. Ojalá un Xanadú como el de Kubla Khan, dónde no quiera despertarme del sueño incitado por las drogas. Un amor de Shakespeare sin finales suicidas, ojalá la locura de un amor desquiciado de Jane Austen. Baudelaire narró demasiados arrepentimientos cómo para que aún me quede alguno en el cuerpo, Machado andó demasiados caminos y abrió demasiadas veredas cómo para que yo siga dando zancadas. Quiero una aventura a lo Daniel Defoe, para naufragar y descubrir nuevos mundos, o igual simplemente quiero dejar de leer y empezar a vivir los sentimientos que veo reflejados en el papel. No soporto más exilios, ni necesito más papeles impresos. Busco alguien, algo, lo que sea, quién sea, en quién poder dejarme la piel y las ganas sin tener que atarme y rellenar estos huecos vacíos y en blanco de razones para dejar de mirar fotos antiguas, tanto, que podrían ser de blanco y negro. Busco aprender a apreciar lo que tengo, a agarrarme a algo adherido a nada y empezar a disfrutarlo. Será que lo único que realmente necesito es que se acabe esta mala racha y centrarme en lo que tengo delante, que no es poco y, sobre todo, que es mío.

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