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Mirando a la noche oscura no quedaban estrellas que contar, ni nubes que soplar ni dioses a los que rezar. Le recitaba al aire, como si fuese dueño del viento. Se fumaba el cigarro sin darle mayor importancia, si al fin y al cabo, todos acabamos muertos. Se dirigió al lavabo y se limpió la cara. Aún estaba empañado el cristal de la ducha. Comenzó a escribir con el dedo:

-'A veces somos dos y a veces somos uno. Te quiero libre y conmigo; me alegra que te llenen, porque tú me llenas y, me hace feliz que seas feliz. Eres de una vez en la vida, la típica oportunidad que no hay que desaprovechar. Quiero tenerte en mi vida cómo sea, a cualquier precio. Porque si estoy feliz me apetece contártelo y si estoy triste también. Porque hasta el peor recuerdo contigo acaba bien y porque nos hemos enfrentado al tiempo y al espacio, y porque mientras seas presente y conmigo, todo me vale. Cerca tuyo, todo me pinta bonito. Es algo muy sano, muy real, muy bonito y a la vez todo lo contrario. Creo que nos hemos salvado el uno al otro más veces de las que pensamos, pero eso el alma lo nota. Cuando digo que no soy capaz de definirte, ni de definirnos, no miento. Me sabe a poco todo lo dicho y a la vez me suena más que suficiente.'-

Agarró su chaqueta y se fue del piso. Cerró la verja y siguió andando. Esa calle alargada se le antojaba diferente, traía recuerdos de principios de verano. Sacó el tabaco, lo enrolló en la papela. Metió el filtro, lo masajeó levemente con los dedos pulgar e índice. Chupó y cerró. Se lo llevó a la boca y lo encendió una vez más. Se sentó en la parada del tranvía situada al final de la calle. Escuchaba su risa de repente. Olor de colonias mezcladas. Qué pequeño es el mundo y qué grande al mismo tiempo. Lo suficiente para haberse encontrado, lo suficiente para estar separados. Le dio otro calo, estaba deseando librarse el mal vicio de tener que llevarse el humo a los pulmones. Se agarró a sí mismo brevemente, apenas un instante. Sabía que algún día alguien  repasaría con la lengua sus heridas, que dejaría de sentirse como un montón de cachitos rotos de sí mismo.

-'Ven ya. Pero ya.'-

Se acordaba de la sensación cuando se lo pidió. Se le aceleraba el corazón cuando se daba cuenta de que ella jamás estaría sola, de que él jamás encontraría a nadie como ella. Quizá estaban destinados, quizá por eso estaban salvados. Quizá por eso estaban separados, por eso eran la sangre fría y la sangre caliente en el mismo tarro. Recuerdos lejanos de un pasado cercano, de un futuro no tan extraño. Quizá debería haberle hecho caso, quizá nadie ni nada debería dictaminar quién quería ser, quién iba a ser. Quizá tanto sentimiento se debía sólo a que ella era una experta lectora y él un libro que nadie se había atrevido a leer del todo. Igual ella era todo palabras y él todo páginas en blanco dispuestas a dejar de serlo. No sabían si era miedo lo que les impedía escribirse, describirse, desvestirse. No sabían si fiarse de unos labios de hace años, de hace meses; de unos labios acostumbrados a creerse. Sólo tenían claro que necesitarse, a fin de cuentas, era su modo de quererse y, que en situaciones de mierda e insalvables, sólo había un héroe que les sacase. Sabían que cuándo eran uno, eran imparables; sabían que siendo dos eran insaciables.

Sabían de todo, menos quererse.
No sabían quererse.

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