Me lees con buenos ojos;

Cuando se te pone la piel de gallina, me flipa leerte en braile; pero cuando te desnudas de mente, y me abres el alma, no hay cosa que me guste más que leerte con buenos ojos. El olor a sal sólo puede traer recuerdos nostálgicos, mayormente de amores acabados; pero esta vez... Esta vez el mar ha entrado como un huracán en mi cuarto. Esta noche soñé, cerré las ventanas y las abrí un par de veces, soñé con que entrabas en mi cuarto y aparecías entre un abrir y cerrar de ojos. Me entró por la piel esa sensación, esa sensación que te dice -ojalá nunca vuelvas porque nunca te hayas ido- con el tacto de las sábanas nuevas y limpias que llenaba la sala. Me tumbé, cómo si estuviese cansada; cómo si el cansancio pudiese apoderarse de un cuerpo sin huecos libres. Me tumbé, me acerqué al lado de la ventana. Sigo sin encontrar nada tan gratificante como un cigarro en silencio y de noche. Pensé en lo rápido y bueno de la vida: un orgasmo, una calada, un trago, un suspiro, un instante o una eternidad. La verdad es que he conocido segundos a solas más largos que infinitos abrazados. Llegó el amanecer, y con él el sol se llevó a la luna y a sus reflexiones; llegó el amanecer que tantas veces sabe a salvación y que a final del mes de Agosto suele sonar a despedida. Llegó el amanecer y la cuenta atrás; o la cuenta hacia delante. Llegó, como llegan todas las cosas que se van y están destinadas a volver; llegó y a mi no me quedó más remedio que encender el cigarro, con aires de desaprobación, y consumirme en sus cenizas para que, al menos, no doliese tanto el adiós.

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