El amor es comparable a una comida en un buen restaurante: cuanto más tiempo pasas, más consumes y, al final, más cara te sale la cuenta

Nunca te llenan los lugares, sino los recuerdos de estos. Las personas no son, sino sus momentos; las vivencias compartidas que pasan pero no se borran. No es un cántico al tiempo, sino una retractación del dolor. No es hallarse débil sino encontrarse fuerte. No es la ropa lo que nos tapa sino la apariencia, y no es sino otra vez más que escribo en papel lo que no sé contarle al aire. A veces siento la vida como una película del ejército en la que le decimos al destino constantemente -sí, señor- cuando podríamos decir -oh capitán, mi capitán- sin necesidad de creernos que el universo tiene algún plan maravilloso preparado para nosotros. No trago en eso de lo predestinado pero si tengo claro que todo pasa por algo, por algún mísero motivo. Es cómo la historia esa de la mariposa, esa que aletea sus alas para echar a volar y eso provoca un huracán al otro lado del mundo; bonita y terrorífica a su vez. Así es la vida, si lo piensas bien.  Y así hacen las películas, si lo piensas dos veces. Hoy vi una película de amor, amor del bueno, no del barato. Hoy vi una película de amor y me di cuenta de que hacía que el amor se viese sucio, tóxico y contaminante. La película me hizo ver el amor de la forma más triste y horrorosa posible. Hay veces que no nos damos cuenta, pero el amor nos cobra factura a todos alguna vez, ya sea de una deuda u otra. Y hay veces que sí nos damos cuenta de lo caro que puede salir en ciertas ocasiones y lo único que esperamos es que el camarero no se acerque aún a nuestra mesa; porque el dinero no importa, pero, si pagas con la cartera del pecho izquierdo, la cita te deja pelado.

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