con letras cortas te digo todo;

Las estrellas gritan tu nombre a los cuatro vientos, te reclaman con el tiempo. Echarte de menos se volverá costumbre en un cuerpo habituado a la añoranza. Me revienta un golpe seco en el pecho, cuando pienso, que tus ojos azules fueron el primer mar en el que navegué; y descubro, poco a poco, que hasta el horizonte tiene un límite. Remiendas tus pecados y valoras la vida, como Charles Dickens en navidades, sin saber, realmente, qué es lo que nos espera por delante.
Es duro. Querer a quién se va, es duro. Querer tarde, es culpa. Querer mal, es elección. Recordar, no es opcional. Callarse es obligatorio.
Recuerdo haber experimentado esta sensación ya tantas veces que me asusto, al darme cuenta, de que no se siente nueva. Es de esos pocos momentos en los que odio el humo del tabaco, y me planteo, si realmente, no debería haber roto más cajas. De todos modos, llega un punto en el que todo da igual. Pude haber quemado cartones en San Juan y me dediqué a saltar por encima de las cenizas; y podríamos habernos hecho alguna foto aquel día que subimos a las dunas de la playa, y tú cogías un lienzo y comenzabas a pintar. Podríamos haber aprovechado más la vida juntos, no sé, la verdad es que ya compartir mis días se me plantea cómo un reto. Estoy en esas semanas del año es las que me gustaría tener un Dios en el creer y recogerme, y me siento sola cuando me encuentro, simplemente, contra una pared vacía.
Sin más. Una vez más el azul del cielo nos llama a empezar un nuevo día. Ojalá te encuentres tú en él conmigo.

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