aprendiendo a amarte;

No sé qué soléis buscar vosotros en una persona. Yo voto por ese tipo de personas que te llenan, que te llenan incluso cuando la vida, el mundo, y la gente que se ha quedado atrás te han vaciado y te han dejado un hueco brutal por dentro. No sé si alguien compartirá mi criterio, pero es mío y me gusta regirme según sus pasos. Entonces, como iba contando, a mi me gusta rodearme de personas, si. Pero especialmente me gusta vivir con ciertas personas. Os voy a contar una historia, bonita y continua, que hasta hoy es corta, pero que el final no se ve desde aquí. Era catorce de Septiembre, y como todos aquellos que se enfrentan al último año del colegio -el peor y el más duro- quise despedirme bien del verano. Tras dos fines de semana de fiesta, estábamos finalizando el tercero. Era Domingo, y diréis, joder, ¿quién sale un Domingo? Pues yo y casi toda la sierra de Madrid. Tras haber salido la noche anterior nos enfrentábamos Elena y yo a un buen día de Romería en el Escorial. Francamente, no sé porqué fui, pero puedo asegurar que es de esas decisiones que agradeces día a día, si no es al levantarte, es al acostarte. En fin, que tras un buen madrugón nos fuimos a Moncloa a coger el bus Elena, Pablo y yo. Tras mi usual mareo en el bus llegamos a San Lorenzo del Escorial, dónde compramos vino y tinto y nos dirigimos hacía el campo. Lo juro, va todo el mundo al campo. Entonces bueno, yo no sabría repetir ese camino porque iba más atenta a la botella que a las piedras, pero de alguna manera llegamos. Tras unas horas de buenas risas mi amigo Juanan me dijo que teníamos que ir a buscar a su amigo Nico, del cual yo ya había oído hablar muchas muchísimas veces. La verdad es que no sabía cuánto me iba a cambiar bajar una cuesta, pero al final descubrimos que las pequeñas decisiones son aquellas que nos dan giros de trescientos sesenta grados. Bajamos entre las piedras Juanan, otros amigos y yo; y le conocí. Él sentado en una escalera, ambos rodeados de vicios, nos conocimos. No recuerdo que fuera amor a primera vista, pero conseguimos complicidad desde la primera palabra. Tras quedarnos solos y filosofar de la vida, me fui. El viaje de vuelta fue largo, cansado y encima, un pesado al lado mío decidió querer mi teléfono. Suerte fue que al llegar a Madrid me llegó un mensaje que decía 'he pedido tu número para vacilarte y Juanan me lo ha dado' , porque, en caso contrario, a saber dónde estaría yo a estas alturas. El siguiente fin de semana quedamos Juanan, Nico y yo en Sol; y cuando ya llevábamos Nico y yo un rato solos, Juanan nos informó de que no venía. Extrañamente, fue un alivio. Tras un rato de cienmon empezamos a caminar. Yo con mi habitual habilidad casi me trago el suelo, y entonces la música llegó a nuestros oídos -y eso que yo ya le tenía tirria a la música clásica- y comenzamos a tocar nuestra canción. El helado fue nuestro saxo, y nuestra historia debe ser el primer jazz alegre conocido nunca. Entre tabaco y risas encontré cojines y humo, y en sus brazos un lugar dónde resguardarme. Pasó una semana, y subí a Villalba. Causalmente, Juanan no pudo venir tampoco. Un paseo, ¡pájaro! y besos cortos fueron nuestros principios. Once de Octubre, Sábado. Fiestas del Pilar. Una lluvia tropical nos cala los huesos y nos deja la ropa pegada. Esa noche, probamos el amor en pequeños trazos. Miramos a un cielo blanco, y entre sábanas nos hicimos una promesa. Viernes, diecisiete de Octubre. Llegamos a un Starbucks escondido de Sol, y me cogió entre sus brazos. Encima de sus piernas me llegó una declaración de sus labios, y desde entonces sigo soñando a veces con aquel par de horas.
Han pasado cinco meses desde aquello -quién diría que un día más que eso- y sigo en esa burbuja que es tan frágil como bonita. 
Cada enamorado tiene su historia, y esta es definitivamente la única que merece la pena vivir.

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