Me gustaban tanto tus 'entra' como tus 'entre'

Igual algún día conseguiré explicar lo que era contar lunares en su nuca y vértebras por su espalda mientras sus dedos hacían magia.
Entre líneas o entrepiernas, su lugar estaba cerca de las chispas del fuego que ardía cada vez que rozaban las pieles y las sábanas, ya mojadas, iniciaban una nueva guerra dónde las almohadas no tenían lugar a la duda; pues pocas veces necesitábamos apoyar la cabeza. 
Puede, incluso es probable que haya gente que no lo entienda, eso de que cada vez que te vea sea un volcán en erupción y de repente todo sea un nuevo amanecer, dónde vuelvo a verte aquella misma tarde bajando por mi calle con las manos en los bolsillos de los vaqueros mientras te espero apoyada en la tienda de la esquina sin saber que esa tarde, esa misma tarde, harás que las horas pasen lentas cuando te vayas lejos y que quiera perseguir al conejo como si fuese Alicia cada vez que te tengo cerca, porque no sólo volábamos nosotros, el tiempo no esperaba por un par de enamorados.
¿Crees que podríamos volver, aunque sea un día -y ser héroes- a aquella época dónde mi mayor recorrido era de tu lóbulo a tu cuello? ¿Crees que podrás volver a creer y a sentir mariposas, dejar que las semanas sean largas y los viernes se hagan largos hasta las siete? Porque yo por volver daría todo, todo por volver a respirar entre las mismas cuatro paredes que tú mientras paso calor en pleno invierno y necesitamos apagar la calefacción porque el sudor ya cala los huesos y hace horas que la película ha acabado en la televisión del salón pero nosotros no nos hemos dado cuenta. Creo que podría volver a correr una mañana de sábado a tu portal para levantarte e intentar desayunarte, y quejarme siempre que te vea en chandal porque sabes que lo que a mi me gusta es robarte las camisas. Creo que no me importaría vivir un sueño en vez de vivir soñando, otra vez, para que pueda pasar contigo cada catorce de Febrero, y sea viernes siete cada día de cada mes. Pues entiende que guardé mi pequeño París en tu cabecera y mi Roma en ruinas a los pies de la cama; cada esquina fue mi góndola de Venecia y cada paseo por encima tuyo era como ver Gran Vía de noche y saborear un Madrid con un toque de agua y sal, siendo mi mar y mi escondite, la maraña de versos sin adulterar y la revolución de un país en paz con olor a pólvora. Haces que vuelva a la vida cada gramo de mi, mantienes las ganas de seguir contando o de empezar desde cero infinitas veces más, pero que sea lo que sea, sea contigo.

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