Más que nunca.

Chaval, que me hablan de constelaciones sin haber visto los lunares de tu espalda, sin haber contado las pecas de tu cuello, sin haber seguido el recorrido del final de tu barbilla al comienzo de una uve a medio marcar...
-Más que nunca- y las palabras se clavaban como espadas, fechas como flechas y canciones como guiones de una historia que nunca acaba. Y es que tengo tantas ganas de comerte la boca como el resto de comerse el mundo; y te prometo que me sé mejor las paredes de tu cuarto que las hojas de los libros, y se me revuelve el estómago lleno de mariposas en época de caza, te empeñas en matarlas pero yo las hago el boca a boca cada madrugada, recordando cada desayuno en portales y cada tarde de invierno cuando, a pesar de tener frío, sudábamos más que en pleno Agosto en mitad de Madrid.

Y alguno me pregunta qué pasó después, y sólo digo que tú; y la vida pues seguía hacia delante mientras yo me quedaba atrás agarrada al clavo que más ardía de todas mis estacas, aferrándome fuerte porque hacía tiempo que ya no volaba y a veces, pocas pero suficientes, tenía mono de algún verde ya que recordaba que solías decir que sólo con eso se podía ser feliz. Era un matar lento, como el marchitar de una hoja del rosal envuelta entre espinas, un pétalo caído mientras las lágrimas bañaban las flores antes de que llegase el rocío. Te juro que he llegado a pasar horas imaginándome que seguías aquí, a mi lado, sin dejar pasar el tiempo mientras la distancia se acumulaba, negando contar estrellas y hasta arriba de alcohol del barato, con un ciego agresivo que me empujaba a la pared, cuando hasta llorando seguías siendo lo más bonito detrás de las gotas de agua con sal. Y yo era de las que llevaba un par de limones por si tenía a mano unos chupitos de tequila, y cuando te conocí a ti era capaz hasta de dejar el tabaco sólo por verte sonreír. Supongo que esta es la mierda que todos lloran, y esto es a lo que teme la gente cuando les hablan de enamorarse; y... ¿Sabes qué? Pese al dolor que comprime ahora en el pecho, volvería a hacerlo mil veces más sólo por oír ese fuerte latir y entender, que cuando tienes con quién compartir, todo se queda corto y pequeño para que las comisuras de los labios se levanten; creando esa curva que, cuando es de la persona adecuada, te cambia la vida entera.

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