Enamórate del mundo, que ya llegarán las personas

Siempre tuve debilidad por los señores que tocan jazz en las esquinas. Y por visitar mi propia ciudad; por sentirme extranjera. Y visité Madrid. Con mi vaso de Starbucks y el Marlboro a medio fumar en la entrada del metro -ese que dicen que vuela, pero va por debajo de nuestros pies- y cerré los ojos. Encontré lugares dónde nadie pisó nunca, y soñé despierta otra vez. Añoraba saborear la felicidad lentamente, en pequeños calos y a largos tragos; la libertad de sentirte en compañía pero sin obligaciones de sacrificar. Para qué mentir, también añoraba los besos y las tardes en casa viendo películas sin llegar al final; y leerme libros viendo nombres entre líneas pero... ¿Y? Al final te das cuenta de que la vida es mucho más que algo que esperar; que nos mueven las personas, no una persona. Que la gente es generalizar y que cada uno tiene su propio mundo. Vengo a hablar de una felicidad cuán menos repleta que lo que algunos llaman soledad.
Hablo de descubrir nuevos lugares, y dejar de buscar mitades y ver enteros; que los medios están hechos para el que se sienta incompleto pero es que la vida está llena. Llena de ti, de mi, de cada uno que sienta la alegría de existir. Y vivo enamorada, enamorada de la vida y de las tardes en terrazas; del calor del verano y de los abrazos de invierno; de sudar juntos y de sábanas pegadas; hablo de ese olor que es una mezcla del sol y de sal, del rocío de las mañanas y de mirar por la ventanilla del coche mientras se conduce. Hablo de esas mañanas que te levantas pensando en dormir y llegas a casa al amanecer del día siguiente, de ese momento en el que te cruzas a un amigo por la calle y acabas sentado en cualquier portal de cualquier calle bebiendo la cerveza de una marca cualquiera. Hablo de carcajadas al aire por bromas estúpidas y de felicidad absurda e inexplicable. Te hablo, te escribo a ti, a cualquiera que consiga encontrar una pizca de verdad y complicidad con algún recuerdo acompasado a cada palabra de lo que yo cuento. Hablo por los amantes de vivir el momento y de sufrir las penas con risas de término mierdo. Hablo de felicidad, la más auténtica y pura; de palazos que te dan con los que acabas jugando a la pelota; de escribir y pintar por el hecho de recalcar algo que no consigues expresar; hablo por los que encontramos nuestros razonamientos en canciones y los que, a lo largo del camino, hemos encontrado frases que nos han llegado al alma. Hablo de que cuando sientas que te han roto en pedazos inventarte un puzzle nuevo; de que no generalices, de encontrar una razón para seguir en pie. Hablo de luchar y quemar las cartas rotas; de abastecerse con un banco del parque y unos amigos que te enseñen a bailar bajo la lluvia, de aquellos que te quitan el paraguas y te hacen mojarte, y saltar sobre charcos y hacen que aprendas a valorar pequeños detalles; pequeños gestos que poco a poco, te hacen ser algo grande. Hablo de crecer como personas, de variedad y diversidad, de conversar y no dejar sueños al aire; perseguir metas y nunca dejar de avanzar; de que correr tras lo que crees que merece la pena es la mejor lucha que puedes pedir; que nunca se pierde la guerra aunque no llegues a empatar las batallas.
Hablo de felicidad.
Hablo de la vida.

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