La que aprendió a fumar en dos tardes de verano

Y aquí estamos.
Volando de nuevo
volando a raso;
volando en frío,
volando bajo;
con alas cortadas
y el corazón en caliente;
con ganas de
tenerte
cerca;
con ganas de hacerte
sentir
cómo si cada día fuese
una nueva primera vez;
sin llantos ni dolores
pero con gemidos
por paredes
que
tiemblan
con tu mirada
y se derriten
cuando te da por 
sonreír.

Porque
entre las tardes de
invierno
hiciste de la cerveza
un verano constante
y del aire
una razón para
acurrucarse;
y tus ojos...
Me miran tan fuerte
que a ratos
quito la
mirada
por miedo a
tanta
locura.

Y quién pudiese
abrazarte
cuál koala
o rasgarte
cómo un león;
tenerte tan
cerca
cómo cuándo se
te pegan por
la mañana
las sábanas de la 
cama
y no hay quién
salga de ahí.

El castigo
y la suerte
de querer
con espacios de
por medio
y lo bonito
de correr media calle
con el cuerpo
a flor de piel
por verte;
sin esperar
cambios
sin embargo
con expectativas en las
nubes. 

Procuraré
saltar despacio,
por si el
golpe
se me hace grande;
o el agua está
congelada
y me pone los pies
fríos;
me tiraré rápido
contra ti
para que
si esto es algo
que al menos
sea
fuerte.

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