Tres veces dieciocho, tres gritos al viento para que entiendas que los kilómetros no cuentan.

Sin tanto sorprender, aunque sea tarde, toca felicitar al autor del mejor poema jamás leído (para aquellos ignorantes que lo duden, es la rima del tres). Sacando lo de dentro por no ser el típico blahblahblah de cumpleaños, inventemos el ser originales y abramos un poco los recuerdos. Allá por el cinco de Septiembre de hace un año cayó por tierras canadienses el empezar de colegio para extranjeros en un colegio que contenía cinco especies de la raza del ser humano, pasando desde lo más tiernamente llamado fulanas hasta llegar a aquellos con cualquier tipo de discapacidad, sin olvidar a los que se comían hasta la silla o a aquellos que llegaban colocados a clase. Los guiris éramos clase preferente por esos valles y nos dejaban elegir clase, por lo que cuándo me tocó en clase de maternidad con lo que parecía el porreta de los españoles consideré morir, no por prejuicios, sino porque parecía que no sabía hablar ese chico. Me cambié a leyes muy contenta por el cambio, y el porreta intentó irse a educación física, que cuándo lo dijo yo pensé que igual sabía poco inglés y no era consciente de que ahí en clase de gimnasia realmente se corría, pero peor fue cuándo lo encasquetaron en mi clase. ¿Qué cojones voy ha hacer yo con el rarito que no habla? Decidí relajarme, más por consejos de mi mejor amiga que por voluntad propia, y el primer día me senté a su lado, pues aún prefería a un español idiota que a cualquier gilipollas inglés, canadiense en su defecto. El chaval en cuestión empezó a hablar, y no sé si fue su acento gallego que yo apenas había oído en mi vida o su manera de hablar; sus chistes o su manera de salir airoso de cualquier situación, pero no recuerdo conocer a nadie que me hiciera sentir tan bien en un sitio rodeada de gente que no me entendía. Algo así como treinta días debimos pasar juntos, pero la sincronización se cogió pronto, tanto, que por ahí se pensaban que nos conocíamos de mucho antes. Fue gracioso pensar que dábamos el pego de ser de toda la vida... Cuándo había pasado solo media hora de nuestra primera conversación. Fuera del cara a cara la primera vez que hablamos comenzó con un '-Buenas noches +Buenas sean' y eso fue lo más serio que pudimos decirnos jamás fuera de fechas importantes... O igual debería decir que fue lo más serio que dijimos nunca. Pero siempre hay que despedirse, aunque sea un hasta luego largo, y al mes tocó el final de las risas a todas horas y de reírse de todo, asique fue una noche de cena en comuna para dar el abrazo que significaría que si eso proseguía no era por interés, era por querer. Nunca pensé que aquel chico fuese a llorar, más que nada porque nunca pensé que realmente yo le pudiese importar, ¿En qué le iba a marcar una enana que cada vez que él abría la boca se echaba a reír? A cualquier persona normal se la habría sudado. Pero esque él no es normal. Ni lo fue, nunca lo ha sido. Su vida da para tres trilogías y seguir escribiendo, y ahora con la mayoría de edad (española) se va a la otra punta del mundo. Es valiente, y aunque muchas de sus ideas no las comparto, le admiro. No por todas las malas impresiones que tengo de él, que entre porros, setas y muñecas hinchables son a cada cuál peor, sino porque no tiene miedo de nada; si eso de la policía, pero eso tampoco cuenta. Este chico vale mucho, mucho más de lo que nunca pude imaginar ese primer mes. Ese chico me hace reír cada vez que le veo. Ese chico siempre está ahí, y le debo una mínima de estar a la altura. Y ese chico ha cumplido hace escasamente días sus dieciocho, y le debía una felicitación en medianas condiciones. Felicidades Domiago, el tres nunca será un simple número 

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