RIGHT NOW I JUST WISH YOU WERE HERE.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, quizás demasiadas cosas. Los recuerdos empiezan a agolparse en la pared, pronto habrá que colgarlos. Aún tengo esa cogida de manos grabada en una foto, un palo de hockey firmado hasta dónde no hay sitio; las fotos en el parque de Morell, fotos de grupos de internado, la foto del Tutuki Splash de Portaventura, las fotos de cuándo iba a baloncesto aún siendo una criaja, la foto en la silla roja, el vestido azul tirado por el césped, las postales enviadas desde el polo sur. Tengo el carnet de Pehachele de cuándo nos conocimos, la entrada a la CNTower de Toronto, los billetes de avión de Frankfurt, la entrada al concierto de los RedHot el 17 de Diciembre en dos mil once, la entrada del musical del Rey León dónde fui con un veintiocho. Las pelotitas de tenis de Irlanda, la oveja Paca que me regaló la rubia loca en verano cuándo estábamos en Alcoceber, cerca de Castellón. Tengo mis fotos de la fiesta de despedida de cuándo tenía ocho años, en la cuna y en la silla. Tengo la invitación de comunión de una amiga a la que no volví a ver y probablemente no vuelva a ver nunca más. El premio de caballo, nambudo y natación, las medallas de ballet y de miles de extraescolares que solo me quitaron tiempo. Los collares de hawaiana de la NM cuándo yo estaba en segundo, la boa verde de plumas de mi hermanito del baile de este año. Debajo del escritorio están todas las cartas y notitas de Julio de dos mil once, guardadas cómo oro. En los cajones de las estanterías están las fotos de aquellos fin de semanas de todo el curso y de mis pequeñas de Hu. Tengo el vinilo que me regaló alguien que siempre será importante para mi este verano. Los libros que me he leído y los que juré que jamás leería están perdidos por el están. El gorro de Guinness que me regaló la profesora de la academia justo el año que iba a empezar a ir a Irlanda, el gorro de Inglaterra que me trajo mi tío igual que el de Yogui de friends; la gorra de Monstruos SA, la que me regaló la niña que ayudé en Canadá, la que me trajo mi veinticinco de Nueva York, la que me compró mi hermano, el de verdad de la buena, en Michigan. Tengo la pulsera rosa de BFF con las letras en blanco medio borradas, la de Ibiza y la de I <3 MY BFF siguen en pie. Las cartas siguen guardadas en el cajón izquierdo de la mesita de noche y en la caja de hacer cartas, en el cajón de la derecha siguen todas las cosas que dejé de usar. El cajón de abajo sigue lleno de cosas que ni yo sé que tengo. La ropa tiene su historia, por eso me da pena tirarla; y todos los recuerdos están guardados entre tejidos ahí dentro y no seré yo quién los queme. La mochila amarilla sigue junto a la azul, con iniciales diferentes pero las dos igual de feas; la bolsa de Alemania sigue rota pero la sigo usando; el colgante de hippie que tengo con EYMSJ sigue rompiendose, y yo sigo arreglándolo otra vez. Los números aún están apuntados encima de la mesa, los discos al lado del reproductor de música y las pulseras que conseguí que me regalase mi quince este verano siguen rodeando la vela roja del día que puede que cometiese un error. Todas las agendas de los ocho cursos que llevo aquí están en fila en el segundo están, incluyendo la que tiene el número cuatro y un RM4E aunque en el fondo fuese mentira. Tengo la hoja de MIMP igual que mis obras de arte de aburrimiento en clase. Está el llamador, aunque no tengo muy claro de dónde lo he sacado; y las torre eiffel, la rosa incluida.
Solo con esto, me siguen faltando miles de cosas, para que alguien se vuelva a preguntar porqué mi habitación está siempre desordenada.
A los que seguís, gracias. A los que os fuisteis en fin... alguno podría volver, otros estáis mejor lejos.

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