Me comes por dentro, igual debería echarte

Recuerdo cuándo giraste la cara ese primer día para comerte mis labios, ni siquiera supe responderte. Recuerdo todos los días, hablar miles de horas; no cada momento, pero si cada sonrisa. Recuerdo contar las estrellas sentados en un banco justo antes de que te sintieses amenazado, recuerdo pensar que eras perfecto. Recuerdo decirte que si querías parar, y aunque no tenías aire no había quién te parase, eras mío; o al menos yo creía que lo eras. Nuestra esquina, siempre será nuestra. Nuestras diferencias, los problemas, el colgarme de ti en las peores noches. Recuerdo quererte tanto que sentía que no podía parar de reír, que contigo podía contra todos y contra todo; que seríamos importantes, que seríamos cómo siempre, que seríamos nosotros; probablemente no para siempre pero sí para mucho. Y aquí estamos, oye, a pasado mucho y tu saliva ya no corre por mi boca, pero dices que te sigues poniendo rojo al verme. Sinceramente, me tienes hecha un lío, buscando huecos entre tus palabras para encontrar todas tus mentiras escondidas, pero no veo nada. Igual sí que has cambiado, que esos más de casi setecientos treinta han pasado por ti lentos pero seguros; no lo sé. Tienes que entender que puede que no sea la misma, que tengas un recuerdo idealizado y que esta vez todo vaya peor (Aunque parezca imposible); compréndeme, me han pisado muchas veces y yo habré pasado por encima otras tantas. Empiezas a hacerme falta, muy en serio, te tengo miedo; los fallos una vez valen, dos son de gilipollas.

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