No hay estrella en el cielo que no podamos alcanzar.

He sentido tus labios rozar los míos, tu piel pegada a la mía, puedes presumir de ser de los pocos que ha hecho tanto con tan poco; por una palabra, una sonrisa; por una frase, una rallada.
Te has aprendido mis debilidades, mis incoherencias, mis desvarios; has hecho un libro de promesas, ni rotas ni vacías; un libro de promesas cumplidas y por cumplir; un libro de sueños, de esperanza, de ilusión. Ahora dime, Míster Míster, ¿ Cómo quieres que le explique esto a mi hueco izquierdo? Si ya sabes que yo siempre he sido de llevar el reloj a la derecha, que soy la niña capaz de lo incapaz, que hace posible lo imposible y que se ríe a carcajadas en la cara de los improbables. Ahora dime, corazón, tú puede que seas útil, pese a las veces que te diga que no, ¿ Podrías explicarme porqué sigo buscando tu sonrisa cada vez que salgo? Si ya sé por descontado que no va a estar, que no eres el Romeo que se colgará de mi balcón porque te pilla demasiado lejos; si sé que te cuelgas de mi por mis trasnocheos, que no piensas en bajarme la luna ni en pedirle al sol que me dé los buenos días cada mañana llamándome princesa, cómo tantos otros tontos antes lo hicieron quedándose un pedacito que más tarde se empeñaron en destrozar. Simple, fácil, sencillamente dime dónde cojones  has metido aquella estrella que llevaría mi nombre y que sería mía incluso después de que dejase de brillar, dime dónde robar otro trocito de ti porque esté se está consumiendo y tu droga, cariño, es peor que la botella de cacique que me metió de cabeza al infierno.

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